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¿Para qué gobernar?

Por Mario Marcel

Hace tanto tiempo que la política chilena está dominada por las rencillas, las ambiciones personales y las maniobras tácticas que los actores políticos parecían haberse olvidado de responder una pregunta fundamental: ¿Para qué queremos gobernar? Gobernar o aspirar a hacerlo es la esencia de la política, mientras que hacerlo con un propósito es lo que determina que la política contribuya al progreso de los países.

En su mensaje del 21 de mayo la Presidenta restableció la importancia de gobernar con un propósito. Pero también le dio a ello un contenido concreto que revive los elementos que unen a la coalición de gobierno al tiempo que le planteó a la oposición un cuestionamiento fundamental.

La Presidenta le recordó a la Concertación que está en el gobierno para promover el desarrollo del país con crecimiento y equidad y no simplemente para retener el poder o evitar que otros lo obtengan. Para ello propuso acciones muy concretas: respetar los principios de la política fiscal, apoyar la innovación y el emprendimiento, construir un sistema de protección social e invertir en educación.

Es cierto que es más fácil proponer medidas concretas cuando se tienen más recursos como ha ocurrido en esta ocasión. Pero también es cierto que los fondos adicionales podrían haberse desperdigado en múltiples programas para dejar a todos contentos, improvisar para hacerse cargo del último conflicto o haberse comprometido en subsidios o franquicias tributarias para aplacar a los que más presionan. Al centrar sus prioridades en construir un sistema de protección social e invertir en educación la Presidenta tomó una opción distinta y en buena medida más arriesgada. Con ello reconoció que la coalición de gobierno sólo continuará teniendo el apoyo ciudadano mientras sea capaz de priorizar los intereses de las personas por sobre los intereses de los grupos de presión y los intereses o aspiraciones personales de quienes ocupan los cargos públicos.
Las iniciativas y los criterios priorizados por la Presidenta permiten que la agenda de gobierno sea una síntesis de los objetivos de crecimiento y equidad y no sólo un conjunto de contrapesos entre enfoques contradictorios, o lo que se ha dado en llamar las "dos almas" de la Concertación. Un sistema de protección social tiene el potencial de reducir los niveles de inseguridad económica de los chilenos y con ello mejorar su disposición a emprender e innovar, otra de las prioridades del mensaje. La inversión en educación es clave para igualar las oportunidades de las personas y elevar la productividad del país. El cambio en la meta de política fiscal se hizo sobre la base de los mismos fundamentos económicos que la justificaron en primer lugar, pero los recursos liberados por el cambio se invertirán en seguridad económica y capital humano para los sectores más vulnerables y no en bajarle los impuestos a quienes más tienen.
Ninguna de estas iniciativas es ajena al programa de gobierno, pero al reafirmar su prioridad y actuar en consecuencia, la Presidenta recordó a aliados y adversarios que pese a las turbulencias y desaciertos de los últimos meses, dicho programa sigue siendo su carta de navegación.
El mensaje de la Presidenta evidentemente no resolvió todos los problemas de la Concertación y del Gobierno pues articular un buen discurso no es lo mismo que hacer las cosas, pero ayudó a ordenar las filas oficialistas mucho más que todas las apelaciones a la disciplina partidaria de las semanas anteriores. La efectividad de dicho ordenamiento será fundamental para responder al principal desafío que se perfila, cual es el hacer (ahora sí) bien las cosas.
Este desafío es válido tanto para la gestión de los organismos estatales como para el proceso legislativo necesario para sacar adelante iniciativas emblemáticas y en ambos planos la propia Presidenta tiene una responsabilidad personal. Una primera prueba de la capacidad del gobierno y de la coalición para responder a este desafío será el comportamiento de sus integrantes en la votación de los proyectos emblemáticos en agenda, particularmente la reforma previsional y los proyectos en el área de la educación.
Pero la pregunta de para qué se quiere gobernar es también un emplazamiento de envergadura para la Alianza por Chile. Este es un emplazamiento que, al menos inicialmente, descubre un gran vacío en las filas opositoras. La mejor ilustración de ello es el libro de Andrés Allamand "El Desalojo".
Desde el propio título del libro, que por estos días Allamand promociona, parece evidente que lo que motiva a la Alianza por ahora es expulsar del poder a los advenedizos que lo ocupan antes que realizar un programa específico. El libro abunda tanto en descalificaciones y críticas desproporcionadas a los gobiernos de la Concertación como lo que escasea en ideas concretas sobre qué hacer en su lugar para elevar el desarrollo del país y el bienestar de sus habitantes.
La escasez de ideas nuevas en el mundo opositor no sólo se refleja en el libro de Allamand, sino en las propuestas que han emanado de este sector. En efecto, si uno se guía por las declaraciones de sus dirigentes sólo encuentra apelaciones generales a "hacer mejor las cosas" (lo que sugiere que las "cosas" que ha impulsado el gobierno son correctas, sólo que se hacen mal) o reviven con nostalgia la agenda de política de los ochenta.
En este sentido la realidad de la Alianza en Chile dista mucho de lo observado en otras coaliciones o partidos de centroderecha exitosos en el mundo que han sido capaces de renovar y actualizar sus propuestas políticas. Aunque los votantes chilenos siempre podrían sentirse tentados por el populismo o cansados por los errores al enfrentar las próximas elecciones, aún esperan ser gobernados por líderes propositivos antes que descalificatorios y fuerzas políticas constructivas antes que destructivas.
De esta manera, lo que bien puede definir el resultado de la próxima elección será quién --la Concertación o la Alianza-- serán más efectivos en responder a sus propios desafíos. Para la primera, el desafío fundamental es el recuperar la confianza de la ciudadanía respecto de su capacidad para hacer las cosas que compromete -lo que algunos llaman "gobernabilidad". Para la segunda, su desafío es construir una agenda de política creíble, desprendida de la nostalgia de un pasado ya lejano y de los poderosos intereses con los que tradicionalmente se ha alineado.
Si ambas coaliciones tienen la visión suficiente, deberán hacerse cargo de la misma pregunta: ¿Para qué queremos gobernar?

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